15.4.10

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-¡Aráñame, muérdeme, agárrate fuerte y grita! - me dices abrazándome a mí y a mis fuerzas, que querían escapar, mientras te acercas por la espalda. No hace falta que te mire para saber que sonríes mientras hablas, que aprietas los dientes cada vez que yo grito, los puños cada vez que yo muerdo. Para saber que sólo estando ahí me has quitado la mitad del peso que había sobre mis hombros.
Y de paso, por si no habías hecho nada, me recuerdas los días cuando hace años formábamos parte de las mismas cartas, de los mismos libros, de las mismas horas, lugares y conversaciones. Cuando eras mi ángel de la guarda y me dejabas ayudar al tuyo.
Gracias por ayudarme a luchar contra esos instintos que no quiero que afloren, por saber cuándo acercarte y cuándo dejar que piense y madure, por hacer de contrapartida a mi genio.

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